A veces podemos olvidamos de que Dios obra mediante acciones humanas en su gobierno providencial del mundo.
Cuando lo olvidamos, empezamos a pensar que nuestras
acciones y decisiones no hacen gran diferencia o no surten gran efecto en el
curso de los acontecimientos. Para precavemos contra todo malentendido de la
providencia de Dios debemos destacar los siguientes puntos de énfasis.
1. NOSOTROS SOMOS CON TODO RESPONSABLES DE NUESTRAS ACCIONES.
Dios
nos hizo responsables por nuestras acciones, las que tienen resultados reales y
eternamente significativos.
En
todos sus actos providenciales Dios preserva estas características de responsabilidad
y significación.
Algunas
analogías del mundo natural tal vez nos ayuden a entender esto. Dios ha creado
una piedra con la característica de que sea dura, y lo es. Dios creó el agua con
la característica de que sea mojada, y lo es. Dios creó las plantas y los
animales con la característica de que estén vivos, y lo están. De modo similar,
Dios nos ha creado con la característica de que seamos responsables de nuestras
acciones, Y lo somos!
Si
hacemos el bien y obedecemos a Dios, él nos recompensará y las cosas marcharán
bien para nosotros tanto en esta edad como en la eternidad. Si hacemos el mal y
desobedecemos a Dios, él nos disciplinará y tal vez nos castigará, y las cosas marcharán
mal para nosotros. El damos cuenta de estos hechos nos ayudará a tener
sabiduría pastoral al hablar con otros y al animarlos a que eviten la ociosidad
y la desobediencia.
El
hecho de que somos responsables de nuestras acciones quiere decir que nunca debemos
pensar: «Dios me hizo malo, y por consiguiente yo no tengo la culpa de serlo».
Significativamente, Adán empezó a dar excusas por el primer pecado en términos
que sospechosamente suenan así:
«La
mujer que me diste por compañera medio de ese fruto, y yo lo comí» (Gn3: 12). A
diferencia de Adán, la Biblia nunca le echa a Dios la culpa del pecado. Si
alguna vez nosotros empezamos a pensar que Dios tiene la culpa del pecado,
estamos pensando erróneamente en cuanto a la providencia de Dios, porque es
siempre la criatura, y no Dios, quien tiene la culpa.
Claro,
podemos objetar que no está bien que Dios nos considere culpables si es él, en
efecto, quien ha ordenado todas las cosas que sucedieron, pero Pablo nos
corrige: «Pero tú me dirás: Entonces,
¿por qué todavía nos echa la culpa Dios? ¿Quién puede oponerse a su
voluntad?"
Respondo:
¿Quién eres tú para pedirle cuentas a Dios?» (Ro 9: 19-20). Debemos darnos
cuenta y resolver en nuestros corazones que está bien que Dios nos reprenda y
nos discipline y castigue el mal. Y, cuando tenemos la responsabilidad de
hacerlo, está bien que reprendamos y castiguemos el mal en nuestras familias,
en la iglesia e incluso, de algunas maneras, en la sociedad que nos rodea.
Nunca
debemos decir de un mal que ha sucedido: «Dios lo quiso, por consiguiente está
bien». Porque debemos reconocer que algunas cosas que la voluntad de decreto de
Dios ha planeado no son buenas en sí mismas, y no deben recibir nuestra
aprobación, así como tampoco reciben la aprobación de Dios.
2. NUESTRAS ACCIONES TIENEN RESULTADOS REALES Y EN EFECTO CAMBIAN EL CURSO
DE LOS ACONTECIMIENTOS.
En los
ordinarios acontecimientos del mundo, si descuido atender mi salud y tengo
malos hábitos de comer, o si abuso de mi cuerpo con licor o tabaco,
probablemente moriré más pronto. Dios ha ordenado que nuestras acciones tengan
efectos. Por supuesto, no sabemos lo que Dios ha planeado, ni siquiera por el
resto de este día, para no decir nada de la próxima semana o del próximo año.
Pero
sí sabemos que si confiamos en Dios y le obedecemos, ¡descubriremos que él ha
planeado buenas cosas que resulten gracias a esa obediencia! No podemos simplemente
descartar a otros con quienes nos encontramos, porque Dios hace que muchos se
crucen en nuestro camino y nos da la responsabilidad de actuar hacia ellos de
maneras significativamente eternas, sea para bien o para mal.
Calvino
sabiamente nota que para animamos a usar precaución ordinaria en la vida y
planear de antemano, «Dios se complace en ocultarnos todos los acontecimientos futuros,
a fin de que los resistamos como dudosos, y no dejemos de oponemos a ellos con
remedios listos, hasta que los superemos o estén más allá de toda preocupación
la providencia de Dios no siempre nos sale al encuentro en su forma desnuda,
sino que Dios en cierto sentido la viste con los medios que emplea».
En
contraste, si esperamos que algunos peligros o acontecimientos malos puedan presentarse
en el futuro, y no usamos medios razonables para evitarlos, podemos en verdad
descubrir ¡que nuestra falta de acción fue el medio que Dios usó para permitir
que se presentaran!
3. LA ORACIÓN ES UNA CLASE ESPECÍFICA DE ACCIÓN QUE TIENE RESULTADOS
DEFINIDOS Y QUE EN EFECTO CAMBIA EL CURSO DE LOS ACONTECIMIENTOS.
Dios
también ha ordenado que la oración sea un medio muy significativo de producir
resultados en el mundo.26 Cuando intercedemos fervientemente por una persona o
circunstancia específica, a menudo hallaremos que Dios ha ordenado que nuestra
oración sea un medio que él ha de usar para producir los cambios en el mundo.
La
Biblia nos recuerda esto cuando nos dice: «No tienen, porque no piden» (Stg
4:2). Jesús dice: «Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán,
para que su alegría sea completa» (Jn 16:24).
4. EN CONCLUSIÓN, ¡DEBEMOS ACTUAR!
La
doctrina de la providencia de ninguna manera nos anima a arrellanarnos con
holgazanería para esperar el resultado de los acontecimientos. Por supuesto,
Dios puede imprimir en nosotros la necesidad de esperar en él antes de actuar y
de confiar en él antes que en nuestras propias capacidades, Y eso por cierto no
está mal. Pero simplemente decir que estamos confiando en Dios en lugar de
actuar responsablemente es pura holgazanería y una distorsión de la doctrina de
la providencia.
En
términos prácticos, si uno de mis hijos tiene una tarea escolar que debe hacer para
el día siguiente, tengo derecho a obligarlo a que termine esa tarea antes de que
salga a jugar. Me doy cuenta de que su calificación está en las manos de Dios,
y que Dios hace mucho que ha determinado cuál será esa calificación, pero yo no
lo sé, ni tampoco mi hijo. Lo que sí sé es que si estudia y hace fielmente su
tarea escolar, recibirá una buena nota. Si no, no la recibirá. Por eso Calvino
puede decir:
Ahora, Pues, Es Muy Claro Cuál Es Nuestro Deber: Si El Señor Nos Ha
Confiado La Protección De Nuestra Vida, Nuestro Deber Es Protegerla; Si Nos
Ofrece Ayudas, Que Las Usemos; Si No Nos Advierte Con Antelación Respecto A
Peligros, Que No Nos Metamos Temerariamente En Ellos; Si Pone A Nuestra
Disposición Remedios, Que No Lo Menospreciemos.
Pero Ningún Peligro Nos Perjudicará, Dirán, A Menos Que Sea Fatal, Y En
Este Caso Está Más Allá De Los Remedios. Pero, ¿Qué Si Los Peligros No Son
Fatales, Porque El Señor Te Ha Provisto De Remedios Para Alejarlos Y
Superarlos.
Un
buen ejemplo de actividad vigorosa combinada con confianza en Dios se halla en
2ª Samuel10: 12, en donde Joab dice: «¡Ánimo! ¡Luchemos con valor por nuestro
pueblo y por las ciudades de nuestro Dios!», pero luego añade inmediatamente en
la misma oración, «y que el Señor haga lo que bien le parezca». Joab a la vez
va a luchar y a confiar en que Dios hará lo que le parezca bueno.
Similares
ejemplos hallamos en el Nuevo Testamento. Cuando Pablo estaba en Corinto, a fin
de impedir que se desalentara por la oposición que había recibido de parte de
los judíos, el Señor se le apareció una noche en visión y le dijo: «No tengas miedo;
sigue hablando y no te calles, pues estoy contigo. Aunque te ataquen, no vaya
dejar que nadie te haga daño, porque tengo mucha gente en esta ciudad» (Hch 18:
9-1O).
Si
Pablo hubiera sido un fatalista con un entendimiento inapropiado de la
providencia de Dios, habría escuchado las palabras de Dios: «Tengo mucha gente
en esta ciudad», y concluido que Dios había determinado salvar a muchos de los
Corintios, y que por consiguiente no importaba si Pablo se quedaba allí o no:
¡Dios
ya había escogido que muchos serían salvos! Pablo habría pensado ¡que bien podía
empacar sus maletas e irse! Pero no cometió esa equivocación. Más bien concluyó
que si Dios había escogido a muchos, entonces probablemente sería mediante la
predicación de Pablo del evangelio que esos muchos serían salvados. Por consiguiente
Pablo tomó una decisión sabia: «Así que Pablo se quedó allí un año y medio,
enseñando entre el pueblo la palabra de Dios» (Hch 18: 11).
Pablo
pone esta clase de acción responsable a la luz de la providencia de Dios en una
sola oración en 2ª Timoteo 2: 10, en donde dice: «Todo lo soporto por el bien de
los elegidos, para que también ellos alcancen la gloriosa y eterna salvación
que tenemos en Cristo Jesús». No se agarra del hecho de que Dios había escogido
a algunos para ser salvos para concluir que no debía hacer nada; más bien,
concluyó que había mucho por hacer a fin de que los propósitos de Dios se
realizaran por los medios que Dios también había establecido.
En
verdad, Pablo estaba dispuesto a soportarlo «todo», incluyendo toda suerte de
adversidad y sufrimiento, para que los planes de Dios pudieran realizarse. Una
creencia de corazón en la providencia de Dios no es un desaliento sino un
estímulo a la acción.
Un
ejemplo al respecto se halla en el relato del viaje de Pablo a Roma. Dios le había
revelado claramente a Pablo que ninguno de los pasajeros del barco moriría debido
a la larga tempestad que habían soportado.
Por
cierto, Pablo se levantó ante los pasajeros y la tripulación y les dijo que se
animaran:
Porque Ninguno De Ustedes Perderá La Vida; Sólo Se Perderá El Barco. Anoche
Se Me Apareció Un Ángel Del Dios A Quien Pertenezco Y A Quien Sirvo, Y Me Dijo:
«No Tengas Miedo, Pablo. Tienes Que Comparecer Ante El Emperador; Y Dios Te Ha
Concedido La Vida De Todos Los Que Navegan Contigo.»
¡Así Que Ánimo, Señores! Confió En Dios Que Sucederá Tal Y Como Se Me
Dijo. Sin Embargo, Tenemos Que Encallar En Alguna Isla (Hch 27: 22-26).
Pero
poco después de que Pablo dijo esto, notó que los marineros a bordo del barco
estaban secretamente tratando de bajar al mar un barco salvavidas, «en un intento
por escapar del barco» (Hch 27: 30). Planeaban dejar a los otros desvalidos sin
nadie que supiera cómo gobernar el barco.
Cuando
Pablo vio esto, no adoptó una actitud errónea y fatalista, pensando que Dios
milagrosamente llevaría el barco a la orilla. Más bien, de inmediato fue al
centurión que estaba a cargo de los marineros y «les advirtió al centurión y a
los soldados: "Si ésos no se quedan en el barco, no podrán salvarse
ustedes"» (Hch 27: 31).
Sabiamente
Pablo sabía que la supervisión providencial de Dios e incluso su clara
predicción de lo que sucedería con todo incluía el uso de medios humanos
ordinarios para que resultara. Incluso tuvo la intrepidez de decir que esos
medios eran necesarios: «Si esos no se quedan en el barco, no podrán salvarse
ustedes» (Hch 27: 31).
Nosotros
haremos bien en imitar su ejemplo de combinar una completa confianza en la
providencia de Dios y darnos cuenta de que el uso de medios ordinarios es
necesario para que las cosas resulten de la manera en que Dios ha planeado que
resulten.
5. ¿QUÉ SI NO PODEMOS ENTENDER PLENAMENTE ESTA DOCTRINA?
Todo
creyente que medita en la providencia de Dios tarde o temprano llegará al punto
en que tendrá que decir: «No puedo entender completamente esta doctrina». De
algunas maneras eso se debe decir en cuanto a toda doctrina, puesto que nuestro
entendimiento es finito, y Dios es infinito (vea el capítulo 1, pp. 34-35; p.
153).
Pero
particularmente esto es así con la doctrina de la providencia; debemos creerla
porque la Biblia la enseña aunque no entendamos plenamente cómo encaja con las
otras enseñanzas de la Biblia. Calvino tiene un consejo sabio:
Que Aquellos A Quienes Esto Les Pareciere Muy Duro Consideren Un Poco
Cuán Tolerable Son Sus Remilgos Al Rechazar Lo Que Es Evidente En Claros
Testimonios De La Escritura Porque Supera Su Capacidad Mental, Y Hallan Mal Que
Se Hable Y Se Publique Aquello Que Dios, Si No Supiese Que Es Necesario
Conocerlo, Nunca Habría Mandado Que Lo Enseñasen Sus Profetas Y Apóstoles. Pues
Nuestro Saber No Debe Consistir Más Que En Recibir Con Mansedumbre Y Docilidad,
Y Sin Excepción Alguna, Todo Cuanto Se Contiene En La Sagrada Escritura.