Si Dios en efecto causa, mediante su actividad providencial, todo lo que sucede en el mundo, surge la pregunta:
«¿Cuál es la relación entre Dios y el mal en el
mundo?» ¿Causa Dios las acciones malas que cometen los seres humanos? Si es
así, ¿no es Dios el responsable del pecado?
Al
abordar este asunto, es mejor leer los pasajes bíblicos que tratan del asunto más
directamente. Podemos empezar mirando varios pasajes que afirman que Dios, en
efecto, hizo que ocurrieran cosas malas y se hicieran cosas malas.
Pero
debemos recordar que en todos estos pasajes es muy claro que la Biblia en
ninguna parte muestra a Dios haciendo directamente algo malo, sino más bien
haciendo que sucedieran cosas malas debido a las acciones voluntarias de
criaturas morales.
Es más,
la Biblia nunca le echa a Dios la culpa por el mal ni muestra a Dios
complaciéndose en el mal, y la Biblia nunca excusa el mal que hacen los seres
humanos. Comoquiera que entendamos la relación entre Dios y el mal, nunca
debemos llegar al punto de pensar que no somos responsables del mal que
hacemos, o que Dios se complace en el mal, o que podemos echarle a él la culpa.
Tal conclusión es claramente contraria a la Biblia.
Hay
literalmente docenas de pasajes bíblicos que dicen que Dios (indirectamente) hizo
que tuviera lugar algún tipo de mal. He citado una lista tan extensa (en los
siguientes pocos párrafos) porque los cristianos a menudo no se dan cuenta de la
extensión de esta clara enseñanza en la Biblia. Sin embargo, se debe recordar
que en todos estos ejemplos no es Dios el que hace el mal, sino que lo hacen
las personas o los demonios que deciden hacerlo.
Un
ejemplo muy claro se halla en la historia de José. La Biblia dice que los hermanos
de José sin razón alguna sentían celos de él (Gn 37: 11), lo aborrecían (Gn 37:
4,5,8), querían matarlo (Gn 37:20), e hicieron mal cuando lo echaron en la cisterna
(Gn 37: 24) y cuando lo vendieron como esclavo para que lo llevaran a Egipto
(Gn 37: 28). Sin embargo, más adelante José pudo decirles a sus hermanos:
«Fue
Dios quien me mandó delante de ustedes para salvar vidas» (Gn 45: 5), y:
«Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr
lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente» (Gn 50: 20). Aquí
tenemos una combinación de obras malas producidas por hombres pecadores a
quienes con toda razón se les considera culpables de pecado, y también el
control providencial de Dios que se impuso para que los propósitos del Señor se
lograran. Ambas cosas se afirman claramente.
El
relato del éxodo de Egipto repetidamente afirma que Dios endureció el corazón del
faraón. Dios dice: «Yo, por mi parte, endureceré su corazón» (Éx4: 21), «Yo vaya
endurecer el corazón del faraón» (Éx 7: 3), «el Señor endureció el corazón consideración
a la posibilidad (en verdad, ¡la realidad!) De que Dios puede hacer mucho más
de lo que los seres humanos pueden hacer, y que puede maravillosamente crear
seres humanos genuinos antes que meros personajes de una dramatización.
Un
mejor enfoque a la analogía de un autor y un drama sería si Marshall aplicaría
a este asunto una afirmación muy útil que hizo en otra parte de su ensayo: «La
dificultad básica es la de intentar explicar la naturaleza de la relación entre
un Dios infinito y criaturas finitas. Nuestra tentación es pensar de la
causalidad divina de manera muy similar a la causalidad humana, y esto produce
dificultades tan pronto como tratamos de relacionar la causalidad divina y la
libertad humana.
Está
más allá de nuestra capacidad explicar cómo Dios puede hacemos hacer ciertas
cosas (o causar que el universo llegue a existir y se comporte como se
comporta) Puedo concordar completamente con toda la afirmación de Marshall en
ese punto, y hallo que es una manera muy útil de enfocar este problema.
Sal105:
7 dice que Dios: «envió delante de ellos a un hombre: a José, vendido como
esclavo».
Del
faraón» (Éx 9: 12), «el Señor endureció el corazón del faraón» (Éx 10: 20,
repetido en 10:27 y también en 11: 10), «Yo, por mi parte, endureceré el
corazón del faraón» (Éx 14:4), y «El Señor endureció el corazón del faraón» (Éx
14: 8).
A veces
se objeta que la Biblia también dice que el faraón endureció su propio corazón
(Éx 8: 15, 32; 9: 34), y que la acción de Dios de endurecer el corazón del
faraón fue solamente en respuesta a la rebelión inicial y dureza de corazón que
el mismo faraón exhibió por voluntad propia.
Pero
también se debe notar que la promesa de Dios de endurecer el corazón del faraón
(Éx 4: 21; 7:3) se hizo mucho antes de que la Biblia nos diga que el faraón
endureció su propio corazón (leemos de esto por primera vez en Éx 8:15).
Es
más, nuestro análisis de una concurrencia dado arriba, en el cual agentes tanto
divino como humanos pueden causar el mismo evento, debe mostramos que ambos
factores pueden ser verdad al mismo tiempo; aunque el faraón endurece su propio
corazón, esto no es inconsistente con decir que Dios es el que hace que el
faraón lo haga y por esto Dios está endureciendo el corazón del faraón.
Finalmente,
si alguien objetara que Dios solo está intensificando los deseos y decisiones
malas que ya estaban en el corazón del faraón, eso todavía podría en teoría por
lo menos cubrir todo el mal que hay en el mundo hoy, puesto que todo ser humano
tiene deseos malos en su corazón y todo ser humano en realidad toma decisiones
pecaminosas.
¿Cuál
es el propósito de Dios en esto? Pablo reflexiona sobre Éxodo 9: 16 y dice:
«Porque
la Escritura le dice al faraón: "Te he levantado precisamente para mostrar
en ti mi poder, y para que mi nombre sea proclamado por toda la tierra"»
(Ro 9: 17).
Entonces
Pablo infiere una verdad general a partir de este ejemplo específico: «Así que
Dios tiene misericordia de quien él quiere tenerla, y endurece a quien él
quiere endurecer» (Ro 9: 18). De hecho, Dios también endureció el corazón de
los egipcios para que persiguieran a Israel hasta el Mar Rojo: «Yo vaya
endurecer el corazón de los egipcios, para que los persigan. ¡Vaya cubrirme de
gloria a costa del faraón y de su ejército, y de sus carros y jinetes!» (Éx 14:
17). Este tema se repite en Salmo 105: 25: «Cambió el corazón de ellos para que
aborreciesen a su pueblo» (RVR 1960).
Más
adelante en la narración del Antiguo Testamento se hallan ejemplos similares en
cuanto a los cananeos que fueron destruidos en la conquista de Palestina que
condujo Josué. Leemos: «El Señor endureció el corazón de los enemigos para que
entablaran guerra con Israel. Así serían exterminados sin compasión alguna» vea
también Jue 3: 12; 9: 20).
El
empecinamiento de Sansón en casarse con una filistea que no era creyente «era
de parte del Señor, que buscaba la ocasión de confrontar a los filisteos;
porque en aquel tiempo los filisteos dominaban a Israel» Jue 14: 4).
También
leemos que los hijos de Elí, cuando los reprendieron por sus malas obras «no le
hicieron caso a la advertencia de su padre, pues la voluntad del Señor era
quitarles la vida» (1ª S 2: 25). Más tarde leemos que «el Señor le envió un
espíritu maligno» a Saúl para que lo atormentara (1ª S 16: 14).
Cuando
David pecó, el Señor le dijo por medio del profeta Natán: «"Yo haré que el
desastre que mereces surja de tu propia familia, y ante tus propios ojos tomaré
a tus mujeres y se las daré a otro, el cual se acostará con ellas en pleno día.
Lo que tú hiciste a escondidas, yo lo haré a plena luz, a la vista de todo
Israel"» (2ª S 12: 11-12; cumplido en 16: 22).
En
castigo adicional por el pecado de David, «el Señor hirió al hijo que la esposa
de Drías le había dado a David, de modo que el niño cayó gravemente enfermo», y
a la larga murió (2ª S 12: 15-18). David tuvo presente el hecho de que Dios
podría enviar mal contra él, porque más adelante, cuando Simei maldijo a David
y le lanzó piedras a él ya sus criados (2ª S 16: 5-8), David no quiso vengarse
de Simei sino que dijo a sus soldados: «Déjenlo que me maldiga, pues el Señor
se lo ha mandado» (2ª S 16: 11).
Más
adelante todavía en la vida de David, el Señor «incitó»6 a David para que
censara al pueblo (2ª S 24: 1), pero después David reconoció esto como pecado,
diciendo: «He cometido un pecado muy grande» (2ª S 24:10), y Dios envió castigo
sobre la tierra debido a este pecado (2ª S 24: 12-17).
Sin
embargo, también es claro que «una vez más, la ira del Señor se encendió contra
Israel» (2ª S 24: 1), así que la incitación de Dios a David a pecar fue un
medio por el cual Dios envió castigo sobre el pueblo de Israel. Todavía más,
los medios por los cuales Dios incitó a David se indican claramente en 1ª Crónicas
21: 1: «Satanás conspiró contra Israel e indujo a David a hacer un censo del
pueblo».
En
este incidente la Biblia nos da una perspectiva asombrosa de tres influencias
que contribuyeron de diferentes maneras a una sola acción: Dios, a fin de
producir sus propósitos, obró por medio de Satanás para incitar a David a
pecar, pero la Biblia considera a David responsable de ese pecado.
De
nuevo, después de que Salomón se alejó del Señor debido a sus esposas foráneas,
«el Señor hizo que Hadad el edomita, que pertenecía a la familia real de Edom,
surgiera como adversario de Salomón» (1ª R 11: 14), Y «Dios también incitó a Rezón
hijo de Eliadá para que fuera adversario de Salomón» (1ª R 11: 23). Estos fueron
reyes malos que Dios levantó.
En la
historia de Job, aunque el Señor le dio a Satanás permiso para dañar todas las
posesiones y los hijos de Job, y aunque este daño llegó a través de acciones malas
de los sabeos, los caldeas y una tormenta (Job 1: 12, 15, 17, 19), Job mira más
allá de esas causas secundarias y, con los ojos de la fe, ve que todo va de la
mano de Dios: «El Señor ha dado; el Señor ha quitado.
Bendito
sea el nombre del Señor!» (Job 1:21). Después de la declaración de Job, el
autor del Antiguo Testamento añade la siguiente oración: «A pesar de todo esto,
Job no pecó ni le echó la culpa a Dios» (Job 1:22). A Job acaban de decirle que
unas bandas merodeadoras perversas habían destruido sus rebaños y ganado, y sin
embargo con gran fe y paciencia en la adversidad dice: «El Señor ha quitado».
Aunque
dice que el Señor había hecho esto, sin embargo no le echa a Dios la culpa por
el mal ni dice que Dios haya hecho mal; más bien dice: «¡Bendito sea el nombre
del Señor!» Echarle la culpa a Dios por el mal que había producido mediante
agentes secundarios habría sido un pecado.
Job no
hace esto, la Biblia nunca lo hace, ni tampoco debemos hacerlo nosotros.
En
otras partes del Antiguo Testamento leemos que el Señor «ha puesto un espíritu
mentiroso en la boca de todos esos profetas» de Acab (1ª R 22: 23) y envió a
los perversos asirios como «vara de mi ira» para castigar a Israel (Is 10: 5).
También envió a los perversos babilonios, incluyendo a Nabucodonosor, contra
Israel, diciendo: «Los traeré contra este país, contra sus habitantes» Jer
25:9).
NOTA: La palabra hebrea que se usa en 2ª S 24: 1
cuando dice que el Señor incitó a David contra Israel es su, «incitar, seducir,
instigar» (BDB, p. 694). Es la misma palabra que se usa en 2ª Cr 21:1 para
decir que Satanás incitó a David a censar a Israel, en 1ª R 21: 25 para decir
que Jezabel incitó a Acab a hacer el mal, en Dt 13: 6, 7) para advertir en
contra de que un ser querido incite a un pariente a servir secretamente a otros
dioses, y en 2ª Cr 18:31 para decir que Dios hizo que el ejército sirio de
apartara de Josafat.
Después
Dios prometió que posteriormente castigaría a los babilonios también: «Yo
castigaré por su iniquidad al rey de Babilonia y a aquella nación, país de los
caldeas, y los convertiré en desolación perpetua» Jer 25: 12).
Si hay
un profeta engañador que da un mensaje falso, el Señor dice: «Si un profeta es
seducido y pronuncia un mensaje, será porque yo, el Señor, lo he seducido. Así
que levantaré mi mano contra él, y lo haré pedazos en presencia de mi pueblo»
(Ez 14:9, en el contexto de castigar a Israel por su idolatría).
Como
culminación de una serie de preguntas retóricas a las cuales la respuesta
implicada siempre es «no», Amós pregunta: «¿Se toca la trompeta en la ciudad
sin que el pueblo se alarme? ¿Ocurrirá en la ciudad alguna desgracia que el Señor
no haya provocado?» (Am 3:6). Allí sigue una serie de desastres naturales en
Amós 4:6-12, en donde el Señor le recuerda a su pueblo que les envió hambre,
sequía, plagas, langosta, pestilencia y muerte a los hombres y caballos, y «con
todo, ustedes no se volvieron a mí» (Am 4: 6,8-11).
En
muchos de los pasajes mencionados arriba, Dios trae mal y destrucción sobre el
pueblo en castigo por sus pecados. Ellos habían sido desobedientes o se habían
descarriado a la idolatría, y entonces el SEÑOR utiliza seres humanos
perversos, fuerzas demoníacas o desastres «naturales» para castigarlos. (No
siempre se dice que este es el caso José y Job vienen a la mente pero a menudo
lo es).
Tal vez
esta idea de castigo del pecado puede ayudarnos a entender, por menos en parte,
cómo Dios puede rectamente causar acontecimientos malos. Todos los seres humanos
son pecadores, porque la Biblia nos dice que «todos han pecado y están privados
de la gloria de Dios» (Ro 3: 23).
Ninguno
de nosotros merece el favor o la misericordia de Dios, sino sólo condenación
eterna. Por consiguiente, cuando Dios envía el mal sobre los seres humanos, sea
para disciplinar a sus hijos o para conducir a los que no creen al
arrepentimiento, o para enviar castigo de rechazo y destrucción sobre pecadores
endurecidos, ninguno de nosotros puede acusar a Dios de haber hecho mal.
Al
final todo obrará, según los buenos propósitos de Dios, para gloria suya y el
bien de su pueblo. Sin embargo, debemos damos cuenta de que al castigar el mal
en los que no están redimidos (como el faraón, los cananeos y los babilonios),
Dios también se glorifica mediante la demostración de su justicia, santidad y
poder (vea Éx 9:16; Ro 9:14-24).
Por
intermedio del profeta Isaías, Dios dice: «Yo formo la luz y creo las
tinieblas, traigo bienestar y creo calamidad? Yo, el Señor, hago todas estas
cosas» (Is 45: 7; la palabra hebrea que se traduce «crear» aquí es bará, que es
la misma palabra que se usa en Gn 1:1).
NOTA: 0tras versiones traducen la palabra hebrea
ra, «ma!», como «calamidad» (NVI, LBLA), o «adversidad (RVR), o «desgracia»
(VP), y en verdad la palabra se puede usar para aplicarla a desastres naturales
tales como implican estas palabras. Pero puede tener una aplicación más amplia
que desastres naturales, porque la palabra es un vocablo extremadamente común
que se usa para el mal en general. Se la usa del árbol del conocimiento del
bien y del mal (Gn 2: 9), o del mal entre los seres humanos que acarreó el juicio
del diluvio (Gn 6: 5), y del mal de los hombres de Sodoma (Gn 13: 13).
Se solía decir: «que se aparte del mal y haga el
bien» (Sal 34:14), y hablar del mal de los que llaman bien al mal y al mal
llaman bien (Is 5: 20), y el pecado del aquellos cuyos «pies corren hacia el
mab (Is 59: 7; vea también 47: 10, 11; 56: 2; 57:1; 59: 15; 65: 12; 66:4).
En docenas de otras ocasiones por todo el Antiguo
Testamento se refiere al mal moral o pecado. En contraste con la «paz» (heb.
shalom,) en la misma frase en Is 45: 7 se pudiera argüir que solamente la
«calamidad» es lo que se tiene en mente, pero no es necesariamente así, porque
el mal moral y la perversidad ciertamente son lo opuesto de lo completo de la
«shalom» o paz de Dios.
(En Aro 3: 6,
raah es una palabra diferente pero relacionada, y tiene una amplitud similar de
significado,) Pero Is 45: 7 no dice que Dios haga el mal (vea consideración más
adelante).
En
Lamentaciones 3: 38 leemos: «¿No es acaso por mandato del Altísimo que acontece
lo bueno y lo malo?» 8 Los israelitas, en tiempo de arrepentimiento de corazón,
clamaron a Dios y dijeron: «¿Por qué, Señor, nos desvías de tus caminos, y
endureces nuestro corazón para que no te temamos?» (Is 63: 17).
La
vida de Jonás es una ilustración notable de la concurrencia de Dios en la
actividad humana. Los hombres a bordo del barco que se dirigía a Tarsis echaron
a Jonás por la borda, porque la Biblia dice: «Así que tomaron a Jonás y lo
lanzaron al agua, y la furia del mar se aplacó» Jon 1: 15). Sin embargo, apenas
cinco versículos más adelante Jonás reconoce la dirección providencial de Dios
en la acción de ellos, porque le dice a Dios: «A 10 profundo me arrojaste, al
corazón mismo de los mares» Jon 2: 3).
La
Biblia simultáneamente afirma que los hombres lanzaron a Jonás al mar y que
Dios lo echó al mar. La dirección providencial de Dios no obligó a los
marineros a hacer algo contra su voluntad, ni tampoco ellos estuvieron
conscientes de alguna influencia divina sobre ellos; en verdad, ellos le
pidieron perdón a Dios por haber lanzado a Jonás al mar Jon 1: 14).
Lo que
la Biblia nos revela, y lo que el mismo Jonás se dio cuenta, fue que Dios
estaba realizando su plan mediante las decisiones voluntarias de seres humanos
reales que eran moralmente responsables de sus acciones. En una manera que
nosotros no entendemos ni se nos revela, Dios los hizo tomar la decisión
voluntaria de hacer lo que hicieron.
La
obra más perversa de toda la historia, la crucifixión de Cristo, Dios la
ordenó; no simplemente el hecho de que ocurriría, sino también todas las
acciones individuales conectadas con ella. La iglesia de Jerusalén reconoció
esto, porque oraron:
En Efecto, En Esta Dudad Se Reunieron Herodes Y Pondo Pilato, Con Los
Gentiles Y Con El Pueblo De Israel, Contra Tu Santo Siervo Jesús, A Quien
Ungiste Para Hacer Lo Que De Antemano Tu Poder Y Tu Voluntad Habían Determinado
Que Sucediera (Hch 4: 27-28).
Dios
había «predestinado» todas las acciones de todos los participantes en la crucifixión
de Jesús.
Sin
embargo, los apóstoles claramente no le echan culpa moral a Dios, porque las
acciones resultaron de las decisiones voluntarias de hombres pecadores. Pedro
dice esto claramente en su sermón en Pentecostés: «Éste fue entregado según el
determinado propósito y el previo conocimiento de Dios; y por medio de gente
malvada, ustedes lo mataron, clavándolo en la cruz» (Hch 2: 23).
En la misma oración liga el plan de Dios y su
preconocimiento con la culpa moral que atribuye a las acciones de «gente
malvada». Dios no los obligó a ellos a actuar contra su voluntad; más bien,
Dios realizó su plan mediante los actos voluntarios de ellos por los cuales
ellos eran de todas maneras responsables.
En un
ejemplo similar al del Antiguo Testamento en donde vemos a Dios enviando un
espíritu mentiroso a la boca de los profetas de Acab, leemos de los que rehusaron
amar la verdad: «Dios permite que, por el poder del engaño, crean en la mentira.
Así serán condenados todos los que no creyeron en la verdad sino que se
deleitaron en el mal» (2ª Ts 2: 11-12).
NOTA: La palabra hebrea para «mal» aquí es raah,
como en Am 3: 6.
0tra clase de mal es la limitación fisica. Con
respecto a esto, el Señor dice a Moisés: «-¿Y quién le puso la boca al hombre?
-le respondió el Señor-. ¿Acaso no soy yo, el Señor, quien lo hace sordo o
mudo, quien le da la vista o se la quita?» (Éx 4: 11).
Y Pedro
les dice a sus lectores que los que se les oponen y los persiguen, que rechazan
a Cristo como el Mesías, «tropiezan al desobedecer la palabra, para lo cual
estaban destinados» (1ª P 2: 8).