Es asombroso ver el alcance al que la Biblia afirma que Dios hace que ocurran cosas en nuestra vida.
Por ejemplo, nuestra dependencia en Dios para recibir
alimento cada día la reiteramos cada vez que oramos: «Danos hoy nuestro pan
cotidiano» (Mt 6: 11), aunque trabajamos para ganamos la comida y (hasta donde
la mera observación humana puede discernir) la obtenemos enteramente mediante
causas «naturales».
De
modo similar, Pablo, mirando con los ojos de la fe lo que sucede, afirma que a
sus hijos «mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten» (Fil 4: 19), aunque
Dios puede usar medios «ordinarios» (tales como otras personas) para hacerlo.
Dios
planea nuestros días antes de que nazcamos, porque David afirma: «Tus ojos
vieron mi cuerpo en gestación: todo estaba ya escrito en tu libro; todos mis días
se estaban diseñando, aunque no existía uno solo de ellos» (Sal 139: 16). Y Job
dice que «Los días del hombre ya están determinados; tú has decretado los meses
de su vida; le has puesto límites que no puede rebasar» Job 14: 5).
Esto
se puede ver en la vida de Pablo, que dice: «Dios me había apartado desde el
vientre de mi madre» (Gá 1: 15), y de Jeremías, a quien Dios le dijo: «Antes de
formarte en el vientre, ya te había elegido; antes de que nacieras, ya te había
apartado; te había nombrado profeta para las naciones» Jer 1: 5).
Todas
nuestras acciones están bajo el cuidado providencial de Dios, porque «en él
vivimos, nos movemos» (Hch 17: 28). Los pasos que damos cada día los dirige el Señor.
Jeremías confiesa: «Yo sé que el hombre no es dueño de su destino, que no le es
dado al caminante dirigir sus propios pasos» Jer 10: 23).
Leemos
que «los pasos del hombre los dirige el Señor» (Pr 16: 9). De modo similar,
Proverbios 16: 1 afirma: «El hombre propone y Dios dispone».
El
éxito y el fracaso vienen de Dios, porque leemos: «La exaltación no viene del oriente,
ni del occidente ni del sur, sino que es Dios el que juzga: a unos humilla y a
otros exalta» (Sal 75: 6-7). Por eso María puede decir: «De sus tronos derrocó
a los poderosos, mientras que ha exaltado a los humildes» (Lc 1: 52).
NOTA: (Bethany House, Minneapolis, 1975), pp.
116-17, objeta que estos versículos simplemente afirman que «cuando se trata de
conflicto entre Dios y el hombre, indudablemente no puede ser el hombre el que
gane el día».
Dice que estos versículos no describen la vida en
general, sino que describen situaciones inusuales en donde Dios supera la voluntad
del hombre a fin de producir sus propósitos especiales. Clines niega que los
versículos quieran decir que Dios siempre actúa de esta manera, o que estos
versículos representen el control de Dios de la conducta humana en general. Sin
embargo, en estos pasajes no se ve tal restricción (vea Pr 16: 1,9).
Los versículos no dicen que Dios dirija los pasos
del hombre en instancias raras en las que Dios tiene que intervenir para
cumplir sus propósitos; simplemente hacen afirmaciones en general en cuanto a
la manera en que funciona el mundo; Dios dirige los pasos del hombre en
general, no simplemente cuando hay conflicto entre Dios y el hombre.
El Señor
da hijos, porque «Los hijos son una herencia del Señor, los frutos del vientre
son una recompensa» (Sal 127: 3).
Todos
nuestros talentos y capacidades son del Señor, porque Pablo puede preguntarle a
los corintios: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué
presumes como si no te lo hubieran dado?» (1ª Co 4: 7).
David
sabía que eso era cierto respecto a su dotes militares, porque, aunque debe
haberse entrenado muchas horas en el uso del arco y la flecha, pudo decir:
«[Dios] adiestra mis manos para la batalla, y mis brazos para tensar arcos de
bronce» (Sal 18: 34).
Dios
influye en las decisiones de los gobernantes, porque «en las manos del Señor el
corazón del reyes como un río: sigue el curso que el Señor le ha trazado» (Pr
21: 1). Una ilustración de esto fue cuando el Señor hizo que el rey de Persia ayudara
a su pueblo, «y permitiera reconstruir el templo del Dios de Israel» (Esd 6: 22),
o cuando «en el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, el Señor dispuso
el corazón del rey» (Esd 1: 1) para que ayudara al pueblo de Israel.
Pero
no es solo el corazón del rey el que Dios dispone, porque él mira «desde su
trono a todos los habitantes de la tierra» y «él es quien formó el corazón de
todos» (Sal 33: 14-15).
Cuando
nos damos cuenta de que en la Biblia el corazón es donde residen nuestros pensamientos
y deseos más íntimos, este es un pasaje significativo. Dios dirige de modo
especial los deseos e inclinaciones de los creyentes, obrando en nosotros «tanto
el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad» (Flp 2: 13).
Todos
estos pasajes, que contienen afirmaciones generales en cuanto a la obra de Dios
en la vida de toda persona y ejemplos específicos de la obra de Dios en la vida
de individuos nos llevan a concluir que la obra providencial de Dios de
concurrencia se extiende a todos los aspectos de nuestra vida. Nuestras
palabras, nuestros pasos, nuestros movimientos, nuestros corazones y nuestras
capacidades vienen del Señor.
Pero
debemos guardarnos contra malos entendidos. Aquí también, como en la creación
más baja, la dirección providencial de Dios como «causa primaria» invisible, detrás
de bastidores, no nos debe llevar a negar la realidad de nuestras decisiones y
acciones. Una y otra vez la Biblia afirma que hacemos que las cosas sucedan.
Somos
significativos y responsables. Nosotros en efecto tomamos decisiones y estas son
decisiones reales que producen resultados reales. La Biblia repetidamente
afirma también estas verdades.
Tal
como una piedra es de veras dura debido a que Dios la hizo con las propiedades
de dureza, tal como el agua es de verdad mojada debido a que Dios la hizo con
la propiedad de humedad, y así como las plantas están de verdad vivas porque
Dios las hizo con la propiedad de la vida, nuestras decisiones son decisiones
de verdad y surten efectos significativos, porque Dios nos ha hecho de una manera
tan maravillosa que nos ha dotado con la propiedad de libre albedrío.
Una
manera de abordar estos pasajes en cuanto a la concurrencia de Dios es decir que
si de veras nosotros decidimos, nuestras decisiones no pueden originarse en Dios
(vea más adelante una mayor explicación de este punto de vista). Pero el número
de pasajes que afirman este control providencial de Dios es tan considerable, y
las dificultades involucradas en darles alguna otra interpretación son tan
formidables, que en efecto no me parece que pueda ser la mejor manera de
abordarlos.
Parece
que es mejor afirmar que Dios hace que todas las cosas sucedan, pero que lo
hace de tal manera que mantiene la facultad que tenemos de tomar decisiones voluntarias,
responsables, que tienen resultados reales y eternos y de las cuales se nos considera
responsables. La Biblia no nos explica exactamente cómo Dios combina su control
providencial con nuestras decisiones voluntarias y significativas.
Pero
en lugar de negar una cosa o la otra (simplemente porque no podemos explicar
cómo ambas pueden ser verdad), debemos aceptarlas las dos en un intento de ser
fieles a la enseñanza de toda la Biblia.
La
analogía de un autor que escribe una obra puede ayudarnos a captar cómo ambas
cosas pueden ser verdad. En la obra Macbet, de Shakespeare, Macbet mata al rey
Duncan. Ahora (si por un momento damos por sentado que esto es ficticio), se
podría hacer la pregunta «¿Quién mató al rey Duncan?» En un nivel, la respuesta
correcta es «Macbet».
Dentro
del contexto del drama él cometió el homicidio y con razón carga con la culpa.
Pero en otro nivel, una respuesta correcta a la pregunta «¿Quién mató al rey
Duncan?» sería «William Shakespeare»; él escribió la obra, creó a los personajes
y escribió la parte en donde Macbet mata al rey Duncan.
No
sería correcto decir que debido a que Macbet mató al rey Duncan, William Shakespeare
no lo mató. Tampoco sería correcto decir que debido a que William Shakespeare
mató al rey Duncan, Macbet no lo mató. Ambas cosas son verdad. A nivel de los
personajes en la obra Macbet por completo (cien por ciento) causó la muerte del
rey Duncan, pero a nivel del creador de la obra, William Shakespeare por
completo (cien por ciento) causó la muerte del rey Duncan.
De
modo similar, podemos entender que Dios causa plenamente las cosas de cierta
manera (como Creador), y nosotros plenamente causamos las cosas de otra manera
(como criaturas).
Por
supuesto, alguien podría objetar que la analogía en realidad no resuelve el problema
porque los personajes del drama no son personajes de la vida real; son
personajes sin libertad propia, ni capacidad de tomar decisiones genuinas, y
cosas por el estilo. Pero en respuesta podemos destacar que Dios es
infinitamente mucho más grande y más sabio que nosotros.
En
tanto que nosotros como criaturas finitas sólo podemos crear personajes
ficticios en un drama, y no personajes de la vida real, Dios, nuestro Creador
infinito, ha hecho un mundo real y en él nos ha creado como personas reales que
toman decisiones por su cuenta. Decir que Dios no podría hacer un mundo en el
cual él nos hace tomar decisiones por nuestra cuenta (como algunos
argumentarían hoy; véase la consideración más abajo) es limitar el poder de
Dios. También parece desmentir un amplio número de pasajes de la Biblia.